El teatro inmersivo: una respuesta a las exigencias del espectador contemporáneo

Entre ficción y realidad. Cómo el teatro inmersivo destruye todo tipo de barreras.

 

¿Qué pasa cuando se rompe la ilusión de la cuarta pared? Desde sus orígenes en las antiguas plazas de Grecia, el teatro ha sido un arte vivo que se reinventa constantemente. Sin embargo, la irrupción del teatro inmersivo ha sido sin dudas una de las transformaciones más revolucionarias. Este formato rompe con la clásica división entre escenario y público e invita a ser protagonistas activos de historias que se desarrollan a nuestro alrededor. En este artículo, exploramos brevemente cómo el teatro ha evolucionado hasta llegar a esta nueva forma de vivir la cultura, y qué significa esto para el futuro del entretenimiento escénico.

 

Foto: LETSGO. Producción: Tacones Manoli.

 

Desde los inicios: del teatro clásico a las vanguardias

No es novedad la naturaleza polifacética del teatro. Desde la Grecia antigua ya se vivía como mucho más que entretenimiento: era ritual, acto social y, muchas veces, herramienta política. Las gradas de piedra del teatro de Epidauro fueron testigos de las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, y también de las sátiras de Aristófanes. En esas obras, el coro comentaba la acción —y así teníamos el primer tipo de espectador activo de la historia—, las máscaras ayudaban a proyectar la voz y exagerar las expresiones; mientras el proscenio se encargaba de sellar la frontera entre actor y público. Como menciona Brockett (1968):

En los teatros griegos, el auditorio y la skene eran siempre unidades arquitectónicas separadas.

Con la expansión romana, el teatro comenzó a desligarse del rito y se volvió más espectacular. Ahora el público priorizaba «pasar un buen rato», de la mano de autores como Plauto y Terencio, y desechaba el acto de reflexionar sobre el destino de los héroes. Los teatros semicirculares, como el de Mérida, fueron escenario de comedias, tragedias e incluso espectáculos que mezclaban música y danza.

Ya en la Edad Media, la representación teatral encontró nuevos espacios y se trasladó a plazas y atrios de iglesias. Los autos sacramentales y las farsas populares eran la manera de llevar historias sagradas o cómicas a un público diverso, desde campesinos hasta nobles. En España, figuras como Juan del Encina o el anónimo autor del Auto de los Reyes Magos sentaron las bases de una tradición que florecería siglos después.

El Renacimiento y el Siglo de Oro español devolvieron al teatro su esplendor. Lope de Vega, Calderón de la Barca o Tirso de Molina entretenían con historias que mezclaban amor, honor y engaño; mientras en la Inglaterra isabelina Shakespeare encontraba nuevos matices a la tragedia y en Francia, Molière redefinía la sátira.

Durante estos siglos, la separación entre actor y espectador se mantuvo inquebrantable. Esa distancia física y simbólica que parecía definir el género empezó a cuestionarse y desafiarse ya en el siglo XX.

 

Foto: LETSGO. Producción: Tacones Manoli.

 

Las vanguardias artísticas supieron entender la urgencia de que el público adquiriese una nueva faz. Por ejemplo, el teatro del distanciamiento de Bertolt Brecht empujaba al espectador a adquirir una postura crítica y reflexiva: hablar al público, usar carteles e iluminación artificial, etc. Más allá de la emoción, se hacía necesario tomar posición y analizar el contexto sociopolítico de la obra.

Antonin Artaud y su teatro de la crueldad también se proponía sacudir al espectador, sobre todo, mediante la activación de los sentidos: luz, sonido, movimientos, espacios, colores…

Por un lado, el teatro interpelaba directamente al espectador para provocarle un «despertar». Por otro, lo introducía en una experiencia sensorial radical. En este sentido, el género sufría los primeros atisbos de su futura versión inmersiva.

 

Pero, ¿había llegado ya el momento histórico que permitiera un cambio tan radical en cómo se concibe y se consume el teatro?

 

Durante las décadas de 1960 y 1970, aún parecía no ser el momento adecuado para una revolución plena del teatro inmersivo. Aunque ya se gestaban reinterpretaciones —y deconstrucciones— de los clásicos, Schechner (2002) señala la persistencia de ciertos «límites tácitos» que condicionaban la experiencia teatral. En ese contexto, The Performance Group —compañía experimental fundada por Richard Schechner en Nueva York en 1967— llevó a cabo prácticas teatrales radicales con su obra Dionysus in 69, basada en Las Bacantes de Eurípides:

Dentro de este contexto, The Performance Group exploró los medios teatrales más radicales que pudimos manejar: la participación del público, la puesta en escena ambiental, el enfoque múltiple, etc. Estos se combinaron con los medios teatrales tradicionales de nuestra cultura: la narración y la caracterización. Schechner (2002)

A pesar de estas innovaciones, y en relación con los «límites tácitos», la obra no fue valorada por su capacidad inventiva ni por su halo experimental, sino que fue criticada —por algunos profesionales y espectadores— por «violar» el material original.

Aunque en aquel momento la propuesta de Schechner y su compañía resultaba demasiado transgresora para el público y la crítica, sentó las bases conceptuales de lo que hoy conocemos como teatro inmersivo. La experimentación con la participación activa del espectador, los espacios no convencionales y la narrativa múltiple anticipó la evolución de un género que, décadas después, encontraría su plenitud.

 

Foto: LETSGO. Producción: Tacones Manoli.

 

El espectador contemporáneo

La revolución del teatro inmersivo radica, sobre todo, en el desarrollo de la experiencia del espectador. La ruptura de la cuarta pared marca la transición de la pasividad a la acción y determina un nuevo modo de vivir y entender cada historia.

En un contexto donde la oferta de ocio se encuentra en plena efervescencia —plataformas digitales, experiencias interactivas, estímulos constantes de la tecnología o viajes—, el teatro se ha visto obligado a reinventarse. Abrazar las nuevas formas inmersivas es también una estrategia para encajar en el complejo puzle del ocio contemporáneo.

La psicología del espectador actual muestra una inclinación creciente hacia la inmersión, la interactividad y la búsqueda de emociones intensas. Estudios recientes señalan que la participación activa eleva la empatía y la activación emocional, que los entornos no convencionales obligan a reajustar nuestro comportamiento y que la experiencia compartida amplifica la vivencia emocional.

En este marco, el teatro inmersivo no es solo una innovación estética, sino también una respuesta natural a la necesidad de un público que ya no se conforma con observar pasivamente, sino que quiere ser transportado, sentir y decidir dentro de la historia.

 

Auge del teatro inmersivo

Si bien ya habían existido propuestas precursoras en Latinoamérica, con De La Guarda en Argentina y el Teatro del oprimido en Brasil, el verdadero salto hacia lo que hoy entendemos como teatro inmersivo se gestó en Londres a finales del siglo XX. Para colectivos como Schunt la obra se vivía como un espacio social y performativo; el espectador no seguía un argumento lineal, sino que se movía por un entorno en el que ocurrían cosas simultáneamente. Fueron los gestantes de lo que después se consolidaría con Punchdrunk: la idea de que el teatro podía ser laberíntico, fragmentado y experiencial.

Propuestas como Sleep No More, en Nueva York, han hecho que este formato se extienda y conquiste el público de grandes ciudades. Obras que fusionan clásicos de la literatura universal con puestas en escena totalmente disruptivas e innovadoras. En este sentido, Sleep No More es una nueva lectura que coloca Macbeth en un espacio abierto donde el espectador puede elegir su propio camino de forma que cada experiencia resulta única para cada asistente.

En San Francisco, Then She Fell lleva la inmersión a otro nivel con un montaje íntimo que explora la obra de Lewis Carroll, haciendo que el público sienta que es parte del propio mundo de Alicia.

 

Foto: LETSGO. Producción: Tacones Manoli.

 

LETSGO y el teatro inmersivo en España

En España, con un espectador y un panorama escénico costumbristas y más convencionales en su esencia, el teatro inmersivo ha tenido un recorrido más lento y cauto. En este sentido, LETSGO ha apostado fuerte por este formato y lo ha acercado cada vez más a un público con una curiosidad creciente por las nuevas formas de entretenimiento.

Reinventar la experiencia cultural tradicional ha sido una tarea que LETSGO ha asumido casi sin ser consciente de ello. Un ejemplo destacado es Tacones Manoli, una propuesta única —inspirada en La casa de Bernarda Alba— que combina la experiencia gastronómica con la inmersión en el arte flamenco. Durante más de dos horas, el público explora libremente un palacio del siglo XVIII en el Madrid de los Austrias, sin un recorrido fijo, decidiendo qué momentos y artistas flamencos quiere descubrir. La simultaneidad de las actuaciones y la libertad de movimiento hacen que cada experiencia sea irrepetible y personal. Además, para preservar la atmósfera y crear un sentido de anonimato colectivo, todos los visitantes llevan una máscara durante toda la experiencia, intensificando así la inmersión y la conexión con el entorno.

Por otro lado, la nueva propuesta de Cabaret se presenta como una experiencia inmersiva donde el espectador no solo observa, sino que se sumerge en el Berlín de los años 30. La disposición del teatro, la ausencia de escenario en términos clásicos, elimina la distancia tradicional y crea un ambiente íntimo y participativo.

 

Impacto en el espectador y el mercado cultural

El teatro inmersivo es, en cierto modo, la evolución natural de un arte que siempre ha estado atento a los cambios sociales. Combina la tradición escénica de siglos con las posibilidades tecnológicas y creativas del presente. Su gran logro está en atraer a nuevas audiencias y en abrir la experiencia cultural a quienes no suelen visitar el teatro.

El futuro del teatro inmersivo apunta a integrar nuevas tecnologías que potencien la experiencia. Realidad aumentada y virtual, inteligencia artificial, o incluso la mezcla con formatos digitales, prometen abrir puertas a mundos cada vez más envolventes.

La innovación constante y la conexión con las nuevas generaciones —teniendo en cuenta sus necesidades en todo momento— serán claves para que este formato siga evolucionando y despertando la curiosidad de nuevos públicos.

 

Por La Pluma de LETSGO, Claudia Pérez Carbonell, a 26 de agosto de 2025

 

 

 

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