¿Cuán actuales resultan los demonios de Harry Houdini? El nuevo musical invita a reflexionar sobre éxito, egocentrismo y escapismo emocional.
Harry Houdini fue el hombre que sacó la magia de las calles para convertirla en espectáculo. La nueva producción que gira en torno a su vida se desarrolla, sobre todo, en un teatro vacío y en ruinas. Federico Bellone —autor y director del musical— insiste en que no es solo un recurso estético: ese espacio deteriorado es la metáfora de un éxito agotado, de un modelo de espectáculo —el vaudeville— que en los años veinte empezaba a mostrar signos de decadencia. En paralelo, la carrera del propio Houdini atravesaba la misma curva descendente. La elección escenográfica, por tanto, funciona como una declaración: el musical no pretende retratar únicamente al escapista mítico, sino también el desgaste que acompaña a quien vive obsesionado con ser el primero.
Entonces, surge una de las cuestiones centrales de su historia que resuena todavía hoy:
¿Qué entendemos por éxito? ¿Existe realmente o es una construcción vinculada a la necesidad contemporánea de reconocimiento?
Houdini: anatomía del éxito moderno
Alain de Botton (2004) sostiene que el éxito está irremediablemente ligado al estatus y a la comparación con los demás: nunca es absoluto, siempre es relativo. En esa lógica, Houdini encarnaba ya rasgos psicosociales de nuestro tiempo. Padeció una obsesión con la visibilidad y la notoriedad, un desapego emocional que hacía difícil sostener vínculos duraderos y un egocentrismo que convertía cada cartel con su nombre en una extensión de sí mismo.
Esa misma obsesión repica hoy en fenómenos como la hiperproductividad, muy ligada a la persecución del éxito, y la culpa ante el descanso. Bellone lo reconoce sin rodeos:
A día de hoy pasa muchas veces (…), que las personas de éxito tienen esta lucha interna por hacer las cosas más increíbles. Es como si no trabajar dos minutos llevase un sentido de culpa que no es normal.
Los humanos no estamos hechos para trabajar todo el día y toda la noche, pero eso es lo que pasa hoy, especialmente con las redes sociales, con el teléfono. El otro día estuve un rato al sol y pensé «ay, no estoy trabajando, esto no está bien».
Byung-Chul Han (2010) reflexiona sobre esta cuestión en La sociedad del cansancio: el sujeto contemporáneo no está oprimido por un amo externo, sino por sí mismo. La sociedad del rendimiento transforma la exigencia en autoexigencia y padece de una falsa libertad. En ese marco, el descanso se percibe como una traición y la productividad como la única vía de legitimación.
Todo esto permite leer la vida de Houdini bajo otra luz. No solo era un escapista extraordinario, sino también un reflejo extremo de la obsesión moderna con el rendimiento y la visibilidad. Como señala Han, el éxito contemporáneo encadena más que libera, y de Botton recuerda que siempre es relativo: nunca se alcanza plenamente, siempre hay alguien con quien compararse. Los medios han cambiado, pero esa lógica de la obsesión, la autoexplotación y la visibilidad nos alcanza fuertemente hasta hoy.
El egocentrismo dentro y fuera de escena
Las redes sociales son el escenario natural del egocentrismo contemporáneo. Houdini, un siglo antes, ya había entendido la lógica y convirtió su propio nombre en marca mucho antes de que existiera Instagram: su rostro y sus letras gigantes inundaban teatros y periódicos, recordando que el espectáculo era él mismo. En escena, el teatro vacío y los carteles se convierten así en un símbolo de su personalidad.
La diferencia está en la finalidad. Mientras el escapista explotaba su imagen para llenar butacas, la autopromoción actual persigue la visibilidad como fin en sí mismo. La validación personal se mide en la mirada ajena. Esa lógica la anticipó Feuerbach en el siglo XIX, cuando advertía que la modernidad prefiere la apariencia a la realidad, la representación al ser, hasta el punto de considerar sagrada la ilusión y profana la verdad.
Escapismo emocional: el «síndrome de Houdini»
Algunos psicólogos han trazado un paralelismo llamativo entre el mago y nuestra sociedad. Si él escapaba de cadenas, esposas y tanques de agua bajo la mirada fascinada del público, hoy la huida más habitual ocurre en silencio y fuera del escenario: escapar de los vínculos, de la incomodidad, de la confrontación.
En ese sentido, el llamado «síndrome de Houdini» funciona como metáfora del desapego afectivo contemporáneo: la tendencia a desaparecer cuando una relación emocional se vuelve demasiado seria o demandante.
El eco con fenómenos actuales como el ghosting es evidente: la evasión se convierte en una estrategia para preservar la propia imagen, el control o la ilusión de libertad, aunque el coste sea la ruptura abrupta de los lazos. Desaparecer sin dejar rastro es definitivamente una nueva forma de poder vinculada a un aura anhelada de misterio.
Esa herencia de contradicciones —éxito y decadencia, visibilidad y vacío, huida y deseo de permanencia— estructura también el nuevo Houdini: Un musical mágico. Bellone y su equipo han querido humanizar el mito, mostrando que detrás del espectáculo y de la perfección aparente hay tensiones universales: ambición, miedo, soledad. Esa proximidad hará que la identificación del público con los dilemas del mago sea inmediata y profunda.
Houdini a través de la luz, el espacio y la música
Como ya hemos adelantado, en el musical los elementos técnicos y escenográficos respaldan la construcción psicológica de Houdini. La iluminación, diseñada por Valerio Tiberi, es otro de los recursos clave tanto en la caracterización del personaje como en la percepción de la magia por el público. Al respecto, menciona Federico Bellone:
La iluminación es muy real. Queremos que el público perciba un punto de gran verosimilitud, porque la magia en un lugar real tiene mucho más impacto. Cuando hay muchos telones o escenografía que parece falsa, es normal que el público piense que hay alguien en cada rincón del escenario.
Sin embargo, cuando un personaje o incluso un elefante (como tenemos en este espectáculo) aparece en un teatro completamente vacío, donde se ven los muros de estos teatros americanos con ladrillos y carteles desgastados, el efecto de magia es mucho más impactante, porque es imposible imaginar de dónde viene. La iluminación tiene un punto vintage, propio de la época del teatro de variedades estadounidense, pero también transmite una gran sensación de realidad.
(…)
Houdini es diferente [en comparación con El Fantasma de la Ópera]: más emocional. Detrás de un telón de gasa se pueden descubrir espacios mucho más humanos. No quiero decir que sea intelectual, pero sí más personal.
La combinación de luz y espacio permite que el público experimente la tensión entre grandiosidad y fragilidad, entre la necesidad de brillar y la soledad del personaje.
Por otro lado, la música ofrece también un contrapunto entre la espectacularidad y la intimidad de Houdini. Compuesta por Giovanni Maria Lori, rinde homenaje al teatro de Broadway e incorpora un matiz húngaro —Houdini nació en Budapest y emigró a Estados Unidos con cuatro años—. Las canciones reflejan el teatro y el baile de la época, con números de claqué, charleston, Can Can y el giro rítmico de la csárdás húngara.
Bellone identifica como alma del espectáculo la canción The Greatest Magic Man:
Mezcla Broadway y csárdás húngara. Describe cómo Houdini, incluso con fiebre, estaba obsesionado con el trabajo y con ser el primero en todo, un tema central del musical, —explica.
A lo largo de la obra, se percibe un intento de volver a lo más humano: un teatro desnudo, una iluminación real, un Houdini despojado de ropaje en buena parte de las escenas, y una música que rescata sus raíces y las eleva al espectáculo. Todo ello transforma la grandiosidad del mito en una experiencia cercana y reconocible, cerrando el círculo entre el espectáculo y la vulnerabilidad que lo hace contemporáneo.
Por La Pluma de LETSGO, Claudia Pérez Carbonell, a 16 de septiembre de 2025