Gillian Bruce: la coreografía como narrativa en teatro musical

Una conversación sobre el guion como punto de partida, el espacio como eje y la danza como lenguaje narrativo en el musical.

 

Showreel de trayectoria. Material cedido por Gillian Bruce.

 

 

El coreógrafo logra meter las yemas de los dedos en la tierra donde no hay nombres para nada.

 

La danza: entre autonomía y relato

Desde los ritos ancestrales hasta Broadway hay un largo recorrido cultural que involucra la danza como una de las formas más antiguas de comunicación no verbal. A través del cuerpo, el ritmo, el gesto, el espacio y el tiempo, transmite significados que las palabras no alcanzan.

Pero, ¿qué sucede cuando ese lenguaje deja de ser autónomo para convertirse en la extensión de un relato?

Esa tensión entre lo autónomo y lo narrativo es precisamente el terreno en el que se mueve Gillian Bruce, coreógrafa británica afincada en Italia y España, que ha firmado títulos como Newsies, Dirty Dancing o Mary Poppins. Para ella, la danza en un musical no es adorno, sino una pieza clave en el engranaje de la dramaturgia: «si no cuentas una historia, solo es recordar pasos», explica.

En el teatro musical, la danza forma parte de un diálogo múltiple que fluye en todas direcciones junto a la música, la letra y el guion. Para Bruce, el elemento decisivo en este género es sin duda el guion: es lo que la hace aceptar o rechazar un proyecto y lo que delimita el terreno de juego de la coreografía:

Siempre empiezo desde el guion. Para mí, el storytelling es lo más importante, incluso en la coreografía. La danza se convierte en parte del show cuando los bailarines también actúan, y transmitir emociones al público es lo esencial en un musical.

 

Foto: LETSGO. Producción: El Fantasma de la Ópera. Coreografía: Gillian Bruce.

 

Está claro que la coreografía en el musical está al servicio de la historia; sin embargo, pensar que la danza en sí misma tiene un significado realmente potente no es nada descabellado, ya lo comentaba H. Scott McMillin (2006) en su The Musical as Drama:

Las palabras no son fundamentales en el teatro musical. Está bien tenerlas, las palabras, la gente dialogando, una trama que se va formando en el tiempo del libreto, pero la danza crea una inmediatez de acción que las palabras pueden entorpecer. (…) Balanchine le dijo una vez a Robbins que el coreógrafo logra meter las yemas de los dedos en la tierra donde no hay nombres para nada. Estaba describiendo la esencia de la danza, que no requiere palabras, solo música y el cuerpo danzante. La danza puede servirse de palabras, pero no las necesita.

En este punto es conveniente distinguir entre la danza como forma de expresión en sí misma y la coreografía entendida dentro del teatro musical. La primera implica un movimiento que puede ser libre, individual, ritual o artístico, capaz de transmitir emoción sin necesidad de un relato. La segunda, en cambio, organiza esos movimientos en función de un guion y de un montaje, desarrollando un lenguaje estructurado, con dramaturgia, personajes y objetivos narrativos. En este sentido, el trabajo de Gillian Bruce reside, sobre todo, en transformar la danza en coreografía, es decir, en un tipo de narración más física.

 

Foto: LETSGO. Producción: Charlie y la Fábrica de Chocolate. Coreografía: Gillian Bruce.

 

En el musical, la danza opera en un terreno híbrido: por un lado, puede existir como lenguaje autónomo; por otro, se fusiona con el guion, la música y la letra para contar la historia de manera más inmediata y visceral. La coreógrafa lo entiende y lo practica: en Cabaret, por ejemplo, la interacción de los cuerpos en el escenario inmersivo permite al público vivir la decadencia y el peligro del club de manera más profunda de lo que el libreto describe, creando una narrativa corporal que complementa y amplifica la historia.

Entender el potencial de la danza al que se refiere McMillin (2006) y lograr el equilibrio con el guion en un musical es uno de los muchos desafíos que enfrenta Bruce. Al final, el musical no subvierte la danza ni las palabras, sino que las hace coexistir, reforzándose mutuamente en un diálogo que es a la vez colectivo, visual y emocional.

 

El espacio como eje

Una vez alcanzada la armonía entre guion y danza, interviene otro elemento fundamental: el espacio. Sobre cómo el espacio modifica la coreografía, Bruce comenta:

Hace una diferencia enorme. He trabajado en grandes escenarios, otros más pequeños, me gustan todos, pero obviamente tienes que encontrar un lenguaje diferente para cada uno. Es muy importante entender los tipos de movimiento que puedes hacer en cada espacio.

 

Foto: LETSGO. Producción: El Fantasma de la Ópera. Coreografía: Gillian Bruce.

 

Sobre su experiencia con Cabaret, añade:

Esta versión que estamos haciendo, quiero agradecer a Iñaki [Fernández, CEO de LETSGO] por la oportunidad, porque es la primera vez en mi vida que trabajo con el formato inmersivo. Cuando vi el set por primera vez, pensé: «Por dios, esto es difícil, ¿cómo lo vamos a hacer?». Pero me estoy divirtiendo muchísimo porque es muy estimulante, totalmente diferente. Siempre me gusta situarme en la perspectiva del público. Aquí, con un espacio tan loco en el centro, es muy complicado, pero creo que podré hacerlo funcionar. Es un proyecto increíble, me encanta y me lo estoy pasando muy bien.

 

Nuevo musical, nuevo lenguaje corporal

Tras entender cómo el guion y el espacio condicionan la danza, llega el momento de adaptar esos elementos a la personalidad de cada espectáculo. Para Bruce, Cabaret y Houdini representan desafíos completamente distintos, que requieren lenguajes coreográficos muy particulares:

Son dos proyectos muy grandes, pero muy diferentes. Yo tengo un «modo de hacer coreografía», pero no me gusta repetirme; siempre intento encontrar algo nuevo y desafiarme para salir de mi zona de confort. Me encanta trabajar en España por esta razón: tienen una mente muy abierta, no tienen problema con tocarse al bailar, lo cual en Cabaret es muy importante, por ejemplo; pero sí les dije: «quiero que os sintáis libres, pero sin caer en lo vulgar». Lo entendieron enseguida y eso para mí es fantástico.

En Cabaret, la coreografía debe transmitir la decadencia, la sensualidad y el peligro del club, integrándose con el público y la narrativa. Cada movimiento de los bailarines-actores se convierte en extensión de la historia, reforzando la sensación de inmersión. No hay solamente un patio de butacas al cual mirar de frente; parte del público está en el escenario y son personas específicas las que reciben la interacción de los bailarines-actores. Como explica Bruce:

En la sala de ensayos probamos a ver Cabaret desde una perspectiva diferente. Allí tenemos parte del set y probamos a sentarnos en diferentes sitios, ves un show distinto cada vez.

El espectador no va a solo mirar, estará dentro de la historia. Cabaret no es solo diversión, es como un golpe en el corazón. Vives todo el drama con el elenco. Es increíble cómo este espectáculo resulta tan actual que da miedo. No aprendemos de nuestros errores.

Por su parte, Houdini plantea otro tipo de reto: el ilusionismo y la danza deben coexistir sin que uno eclipse al otro. Aquí, la coreografía se subordina al protagonista y al mundo de la magia, pero sigue formando parte del relato, ayudando a crear atmósferas y a comunicar la tragedia y los desafíos del personaje principal.

Es una época donde estaba el Can Can, el Charleston, tap… todos forman parte del show que está haciendo Houdini, por lo que la coreografía tiene que dar un paso atrás.

Todo se sostiene sobre el timing preciso que exige tanto la danza como los efectos mágicos.

Si los bailarines hacen algo que no esté en sintonía con lo que Houdini hace, le quitan la magia al acto. Todo el tiempo, la coreografía apoya y engrandece lo que él hace.

 

Foto: LETSGO. Producción: Charlie y la Fábrica de Chocolate. Coreografía: Gillian Bruce.

 

Visión de futuro

Más allá del escenario, Bruce tiene otra profesión: formar a la nueva generación de bailarines y coreógrafos. La enseñanza y la transmisión del conocimiento son, para ella, otro modo de extender la capacidad narrativa de la danza:

Cuando tengo tiempo enseño también. Me encanta trabajar con talentos jóvenes. Hay una academia muy importante en Italia, la Bernstein School of Musical Theater, y enseño ahí a menudo.

El tap es otra de sus pasiones. Ha fundado I Tappers en Italia y lo entiende no solo como estilo, sino como vehículo de creatividad y fusión cultural:

Amo el tap, estoy especializada en ello. Tengo muchos discípulos; de hecho, uno se ha convertido en campeón del mundo. Me encanta enseñar tap porque ha evolucionado mucho; ya no es solo Fred Astaire, por ello me fascina fusionarlo con otros estilos más modernos como el hoofing.

Siempre que vengo a Madrid voy a ver flamenco, creo que un show que fusione tap y flamenco sería muy interesante.

Para quienes piensan en dedicarse al teatro musical desde la danza o la coreografía, Bruce tiene un mensaje que prioriza la formación y la disciplina. No basta con ser un buen bailarín, intérprete o cantante; hay que dominar los tres para crear musical de alto nivel:

Que estudien. Mucha gente joven no se toma el tiempo de estudiar todo lo necesario. Antes de convertirme en coreógrafa estudié muchísimo y hoy lo que soy es debido a ese aprendizaje. La base te la da el estudio, y el verdadero crecimiento se hace sobre el escenario.

Finalmente, su mirada se proyecta hacia el futuro del género: la danza seguirá evolucionando dentro de los musicales, especialmente en formatos inmersivos que aporten nuevas experiencias al público, pero siempre respetando guion y época de la obra:

Creo que el formato inmersivo será muy popular porque le aporta al público algo extra. No me gustan los shows que cambian por completo el guion; se puede hacer más fresco y joven, pero siempre debe respetarse la historia y la época.

Si algo sabemos con certeza es que el teatro musical evoluciona y los formatos cambian; sin embargo, para Gillian Bruce la esencia se mantiene: la coreografía seguirá yendo de la mano de la historia.

 

Por La Pluma de LETSGO, Claudia Pérez Carbonell, a 9 de septiembre de 2025

 

 

 

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